La lucha es popular en toda India pero en el estado de Maharashtra hay una obsesión especial con el deporte, en particular la modalidad de maati kushti, un tipo de lucha en el lodo.
Muchas familias pobres campesinas envían a entrenamiento a por lo menos un hijo para ser luchador y, para unos pocos con suerte, se convierte en su escape de una vida de pobreza y discriminación social.
Hay pocos lugares en la India moderna donde las mujeres no pueden entrar pero el talim, o academia, de lucha en la rural Maharashtra es uno de estos.
"Señora, no se permiten mujeres", me dice Amol Sathe, un esbelto luchador en sus 20, cuando intento entrar a los predios donde hombre jóvenes viven, comen y entrenan juntos.
Las mujeres son "una distracción", explica.
Sin embargo, después de unas consultas entre Sathe y el dueño, hace una excepción para que esta reportera pueda poner pie adentro.
Sobre tierra roja
Los hombres jóvenes en taparrabos, que se preparan para entrar en la fosa de combate, me miran sorprendidos.
Sathe, una de las estrellas locales, hace rápidamente su calentamiento preliminar, 200 flexiones de pecho y 200 abdominales, y salta al lodo con los otros.
Sus cuerpos brillan con aceite de coco y se dan palmadas en los muslos y brazos, produciendo sonoros chasquidos mientras estudian la siguiente maniobra. Tras unos minutos todos están embarrados de lodo rojizo.
Sin embargo, no es cualquier tipo de tierra. Está mezclada con limón, leche, mantequilla, alcanfor, cúrcuma y "muchas otras cosas", dice Sathe.
"Cuando practicamos en la fosa, la tierra nos energiza y no saca las impurezas que tenemos en el cuerpo".
También se les inculca la pureza moral. No deben beber ni fumar o tener sexo antes del matrimonio.
Las paredes descascaradas están adornadas con fotos enmarcadas del dios mono, Hanuman, la deidad adorada por los luchadores.
Escape de la pobreza
La meta en maati kushti es tumbar al oponente de espaldas sobre la tierra, no importa cuánto se demore hacerlo.
Contrario a lo que sucede en un combate de lucha tradicional, que se divide en un número definido de asaltos, una lucha de lodo puede durar desde un minuto hasta varias horas.
Sathe ha aprovechado su éxito de colocar a sus contrincantes de espaldas sobre el piso para salirse del nivel más bajo de la sociedad India dominada por un sistema de castas.
Él es un paria, conocido antiguamente como un "intocable", la gente más oprimida en India y de la más pobre.
Hoy en día, arrienda un moderno y aireado apartamento en la ciudad de Karad, aunque se crio en la aldea de Masoli.
Su hogar de familia es una casa de un piso con un techo de hojalata pintado de un verde desteñido. El interior es como un horno. No hay ventanas y el techo metálico parece incrementar el poder del sol.
"No tenemos acceso a la educación en nuestra aldea, no hay ningún horizonte para nosotros", explica el padre de Sathe. Dice que no quería que sus hijos se estancaran en una vida de pobreza sin posibilidad de escapatoria. "Los metí a la lucha".
Pero no fue fácil para un paria alcanzar el éxito, como pudo comprobar Amol Sathe. "Nunca pensé en que me volvería un luchador famoso", me cuenta mientras bebe té. "Los luchadores necesitan buena alimentación y nosotros a duras penas podíamos comprarla".
También recuerda cómo lo trataban. "Salíamos a los encuentros y yo siempre tenía que sentarme en un sitio separado para comer mi almuerzo. Nunca conocí eso que llaman el espíritu deportivo. Nadie se metía conmigo porque soy un paria. La lucha exige entrar en contacto con el cuerpo de otro. ¿Cómo puede un paria tocar a un chico de clase alta?"
Gradualmente, se ganó el respeto de sus contrincantes siendo más fuerte y mejor en la lucha que los otros. Ahora es una celebridad regional. Una de las dos habitaciones en la casa de sus padres está llena de trofeos relucientes.
En la India rural, el fracaso de las cosechas frecuentemente genera deudas y esas deudas han causado una epidemia de suicidios. La lucha puede ser un rescate para una familia en problemas y es la razón, dice Sathe, que cada familia envía por lo menos un hijo a que entrene en el deporte.
Costoso entrenamiento
Otro joven luchador de los casi 50.000 en Maharashtra es Ravi Gaikwad, un robusto hombre que viene de una familia pobre y que es una figura en ascenso. Cuando llego al talim donde entrena, en un rincón árido del estado -y otra vez logro que me permitan entrar- un grupo de chicos que se están duchando bajo el chorro de una manguera salen corriendo a esconderse.
Aquí viven unos 100 estudiantes de entre 10 y 30 años en un sencillo edificio con amplios corredores que se convierten en dormitorios durante la noche.
La persona que administra el centro es un exluchador llamado Namdeo Badre, que exhibe con orgullo sus orejas de coliflor (deformadas por los golpes), un recuerdo de sus años en la arena.
"La lucha es un deporte costoso", señala. "La sola alimentación de un muchaco cuesta US$150 al mes... un niño de 10 años tendrá arroz machacado con tres manzanas y bananas, dos huevos hervidos, medio litro de leche y frutas deshidratadas sólo para el desayuno".
Para pagar las cuentas, este talim, como muchos otros, depende de las donaciones de los aficionados a la lucha en las aldeas y lugares aledaños. No cobran cuotas porque los estudiantes son de familias pobres, en su mayoría, y no podrían pagar.
Reverencia
Gaikwad está a punto de participar en un gran campeonato regional, así que voy en auto hasta la zona azucarera de Maharashtra, unos 320 kilómetros al sur de Bombay, para verlo en acción.
Cuando llego, hay miles congregados, todos hombres, la mayoría en ropas tradicionales. El lugar está decorado con flores y banderas de colores. Jamás he visto algo parecido y me llama la atención lo reverente que es la multitud.
Guardan completo silencio durante los combates. Uno podría pensar que los espectadores se quedaron dormidos.
Le casi absoluto silencio solo se rompe con música estruendosa que se toca después de cada victoria.
El torneo empieza a las 10 de la mañana y dura 11 horas. Gaikwad gana y recibe un atractivo premio en efectivo.
Después de su victoria, se para resplandeciente frente a la multitud, con el cuerpo desnudo, embarrado en tierra roja, con un turbante color naranja en la cabeza y el trofeo en su mano.
Inclusive entonces, la multitud permanece callada. Me encargo de iniciar la celebración: "Hip, hip, ¡hurra!" Algunos se unen, tímidamente, pero ese no es su estilo.
El dinero ganado no va al talim, es para Gaikwad y su familia, lo que marca una verdadera diferencia para ellos.
Este es un deporte, pero también es movilidad social en acción.
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